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    La arquitectura legal como sinfonía social

    La arquitectura legal como sinfonía social

    Dr. Ricardo Butlow

    Egresado de la Facultad de Derecho – UBA

    Mi pasión por el derecho y la arquitectura, que lleva ya 42 años de trabajo, estudio, formación y disciplina, tuvo una interrupción momentánea hace casi dos años.

    En efecto, en una cena familiar de fin de año se planteó en la mesa tener un objetivo nuevo que trascienda lo laboral, social o deportivo. Cuando me llegó el turno, dije que tenía una deuda pendiente con la música y que me gustaría desarrollar y aprender a tocar un instrumento musical, eligiendo el saxo alto por sus características, su presencia, cómo se destaca de otros instrumentos, las dificultades para su manejo. A partir de allí, hice un alto con mi primer amor, el derecho, y dejé de dedicarle horas a la escritura para enfocarme en el estudio de la música y el saxo en particular. Situación que aún hoy padezco por lo difícil que me resulta, por el compromiso que pongo en las cosas, pero a su vez por lo atractivo y curioso que es aprender de cero a leer partituras y tocar el instrumento elegido.

    Hoy, en plena tarea de aprendizaje, empiezo a desarrollar un vínculo muy fuerte con la música y su unión y paralelismo con el derecho que me atrapa, me agrada y me da una sensación de enorme plenitud.

    Cuando pensamos en el derecho solemos imaginar códigos, normas y tribunales. Sin embargo, la arquitectura legal puede entenderse también como una partitura colectiva. Así como la música necesita un pentagrama para ordenar notas y silencios, la sociedad necesita un marco normativo que dé forma a la convivencia.

    Cada ley es como un compás: marca el ritmo de nuestras interacciones y define cuándo una acción suena en armonía o en disonancia. El Congreso es un compositor que diseña la obra; los jueces son intérpretes que dan matices y, en última instancia, los ciudadanos somos los músicos que, con cada decisión, ejecutamos esa melodía en la vida cotidiana.

    La jurisprudencia se asemeja a la improvisación de un jazzista: se mueve dentro de un marco, pero con la libertad suficiente para adaptar la obra a nuevas realidades. Y cuando una norma entra en conflicto con otra, vivimos una disonancia que exige resolución, igual que en la música toda tensión pide finalmente reposo en un acorde estable.

    La arquitectura legal, como la música, no es estática. Es dinámica, vibrante, capaz de generar armonía o caos. Y al igual que una sinfonía, no pertenece a un solo autor: es fruto de la colaboración, del ensayo constante y del aprendizaje de errores pasados.

    Lo fascinante es que ninguna orquesta suena igual sin la participación activa de cada músico. Del mismo modo, el derecho pierde sentido si los ciudadanos no lo interpretamos y lo sostenemos. La justicia, entonces, no es solo tarea de jueces y legisladores, sino de todos los que elegimos participar con nuestra voz, nuestros actos y nuestros silencios.

    Toda arquitectura comienza con un plano: líneas que trazan una idea de orden, proporción y sentido. El derecho no es tan distinto: también necesita planos, cimientos y estructuras que sostengan la convivencia. Esa es la arquitectura legal, un diseño invisible que organiza nuestras ciudades, nuestros vínculos y nuestros tiempos.

    Para terminar: arquitectura, derecho y música comparten una verdad profunda: ninguna de estas disciplinas existe en soledad. Todas nacen del diseño colectivo. El legislador, el arquitecto y el compositor comparten el desafío de ordenar el caos en un sistema vivo, capaz de resistir el paso del tiempo y a la vez de renovarse.

    Finalizo diciendo que me declaro fan de la arquitectura legal y principiante musical con inclinación favorable hacia los instrumentos de viento.

    Pablo Lhez
    Pablo Lhez
    Ing Electrónico / Master de Gestion Servicios Tecnológicos

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