La Estética de la Tecnología 1
LA ESTÉTICA DE LA TECNOLOGÍA 1
La herencia del lenguaje industrial
Por GASTÓN MICHEL
Las vanguardias de entreguerras propusieron las morfologías que caracterizaron la estética de la arquitectura del siglo XX y dejaron el legado que será asumido, en muchos casos y hasta el día de hoy, por las nuevas generaciones de arquitectos, en particular las que reaparecieron en los ´90 una vez superados los momentos retrógrados del postmodernismo historicista que hubo abarcado aproximadamente unos 20 años desde 1965 a 1985.
Esa negación de lo moderno que se denominó genéricamente “postmodernismo” a pesar de las enormes diferencias que se pudieron observar entre sus variopintas tendencias, no ha sido la única etapa en la que se intentó invalidar las ideas de las vanguardias modernas en el siglo XX, pues más pronto que tarde, ya desde principios de la década del ´30, también hubieron corrientes que renegaron de aquellas innovadoras ideas, o las contradijeron o las ironizaron, lo que en definitiva está expresando que nunca fueron inocuas ni resultaron ser indiferentes.
«Sir Henry Wotton recoge la afirmación de Vitruvio según la cual la arquitectura es firmeza, comodidad y placer. Gropius (o quizá sus discípulos) dedujeron, vía del determinismo biotécnico que acabamos de describir, que firmeza y comodidad es igual a placer; que estructura más programa da lugar a la forma; que la belleza es un subproducto; y que manipulando la ecuación de esta manera, el proceso de hacer arquitectura se convierte en la imagen de hacer arquitectura. En los años ´50, Louis Kahn decía que el arquitecto debía sorprenderse ante el aspecto de su diseño. La arquitectura del Movimiento Moderno desarrolló, en las primeras décadas y a través de un buen número de sus maestros, un vocabulario formal basado en una variedad de modelos industriales cuyas convenciones y proporciones no eran menos explícitas que las de los órdenes clásicos del Renacimiento. Lo que Mies hizo con los edificios industriales y lineales de los años ´40 lo había hecho ya Le Corbusier con los plásticos silos de los años ´20 y Gropius con la Bauhaus en los años ´30, imitación de su propia fábrica anterior, la Faguswerk, de 1911. Sus edificios tipo fábrica estaban más que “influenciados” por las estructuras vernáculas industriales de un pasado entonces reciente, en el sentido en que los historiadores hablan de influencias entre artistas y movimiento.
Sus edificios eran adaptaciones explícitas de esas fuentes, y se remitían mucho a su contenido simbólico, pues las estructuras industriales “representaban”, para los arquitectos europeos, un nuevo mundo de ciencia y tecnología. Los arquitectos de comienzos del Movimiento Moderno, al descartar el simbolismo decididamente obsoleto del Eclecticismo Histórico, lo sustituyeron por el de la industria vernácula. Los críticos se han referido a la “estética de la máquina”, término aceptado por otros, pero el único maestro moderno que ha descripto de modo detallado los prototipos industriales de su arquitectura fue Le Corbusier en “Hacia una arquitectura”. Sin embargo, incluso él recurría al barco de vapor y al silo mecánico más por sus formas que por sus asociaciones, más por su geometría simple que por su imagen industrial. Los prototipos industriales se convirtieron en modelos literales de la arquitectura moderna, mientras que los prototipos histórico-arquitectónicos eran simples análogos que se seleccionaban por alguna de sus características. Dicho de otro modo, los edificios industriales eran simbólicamente correctos; los históricos, no». (Robert Venturi, Aprendiendo de Las Vegas).
Las vanguardias modernas, como consecuencia del desarrollo evolutivo de los progresos industriales, del crecimiento de méritos y reconocimientos de dichos adelantos y de la producción de los nuevos materiales para la construcción y su aceptación y empleo en la arquitectura, instalaron la estética de la tecnología como el paradigma del lenguaje moderno.
Este paradigma, luego presente en la estética vanguardista de todo el siglo XX y perfectamente vigente hoy en los albores de 2020, rescató a la arquitectura de un segundo plano en lo que refiere a la construcción del hábitat, proceso en el que participaba primordialmente en lo morfológico y estético como cobertura del sistema de construcción, al que se concebía como campo de acción preferentemente de la ingeniería.
Las cúpulas, que en el siglo XIX y principios del XX estaban presentes en prácticamente todos los edificios oficiales y de lujo, en particular en América en los Palacios de Congresos que representaban a las modernas democracias republicanas, se construyeron similares a la cúpula de Brunelleschi en Florencia, es decir con dos cúpulas ojivales unidas por unas estructuras reticuladas que proveían la inercia necesaria para absorber los empujes laterales, y este sistema tectónico quedaba encerrado y oculto entre las dos cáscaras, una exterior resistente a las inclemencias del clima y otra interior protegida y profusamente decorada, y con ello disimulaban el sistema constructivo, que se consideraba rústico y simplemente auxiliar.
Lo mismo sucedía con las columnas y vigas de Perfiles IPN que si bien eran imprescindibles para soportar las cargas de los entrepisos de los edificios historicistas y hacía más práctica y eficiente su construcción, se las ocultaba en las mamposterías y cielorrasos para mantener la «dignidad» de esos edificios, tal como puede verificarse en la remodelación del Banco Ciudad sobre la Calle Florida de la Ciudad de Buenos Aires de 1968, en el que el Estudio de Justo Solsona «descubrió» el esqueleto estructural del edificio original de 1907, demoliendo los recubrimientos decorativos de ladrillos que lo enmascaraban, y lo hizo, inteligentemente, para explotar lo tecnológico como recurso estético.
Para poder expresarse con la tecnología hay que primero amarla y luego conocerla, pues para saber expresar artísticamente lo constructivo hay que saber construir, y desde esta concepción la tarea de diseño del arquitecto entonces sí abarca todo el proceso y todas las decisiones que atañen a la materialización y a la belleza al mismo tiempo en un edificio. Para el arquitecto la tecnología de la construcción no se resume a saber dimensionar una estructura para que no se caiga o que un determinado flujo de gas debe pasar por caño de un determinado diámetro, sino que los conceptos estructurales y constructivos y sus potencialidades visuales son parte de la composición, el diseño y la estética. La estética de la tecnología se verificará en varios conceptos que se aplicaron como lenguaje en la arquitectura a partir de las Pairie Houses de Wright, que tomó ideas de los Arts & Crafts acerca de exponer los materiales a la vista sin afeites, tal como surgen de utilizarlos en las obras, sin ornamentos ni disimulos, asumiendo el concepto de «sinceridad constructiva» cuyo embrión nació como teoría allá por el siglo XVIII.
En principio, y tal como expresara Robert Venturi (1925-2018) con gran precisión en su análisis sobre la arquitectura moderna en “Aprendiendo de Las Vegas”, los arquitectos de la vanguardia convinieron que el lenguaje de la industria vernacular sea fuente de inspiración del idioma de la nueva arquitectura que estaban pregonando. El lenguaje industrial era simple, elemental y sincero. Sus edificios no pretendían mucho más que refugiar las máquinas y los operarios, es decir los recursos fabriles que se destinaban a la producción. De hecho, el uso del ladrillo visto en la Casa Roja de Webb era una evocación de las fábricas de hilados inglesas y su aspecto exterior era la natural consecuencia (un “subproducto” diría Venturi) de su proceso de ejecución.
Un silo, cilíndrico y esbelto, aislado del piso lo que le confiere elegancia e independencia visual, tiene la forma que se requiere para estibar el cereal y hacerlo bajar por gravedad a los camiones que deben transportarlos a los puertos o las fábricas de alimentos. Surgido de la mera utilidad es bello, geométricamente pulcro, sin rebusques estilísticos es estéticamente agraciado. Una máquina que emocionó a los arquitectos de la vanguardia moderna por su morfología.
Asimismo -y como antecedentes- los créditos visuales de la arquitectura medieval, desde los tiempos del Pre-románico, manaban de un modo rústico de construir, mucho más elemental que la obra Clásica Romana de los momentos culminantes del Imperio cuando era uno, y de Bizancio después de la fractura a partir del 395. Aquella precaria estética de la Alta Edad Media producto de la falta de tecnología de avanzada y a la ausencia de constructores avezados, fue seguida por la austeridad benedictina de los monasterios Románicos, cuando, ahora por propia voluntad más que por inexperiencia, las obras se manifestaban rudas y con los muros descarnados, mostrando la piedra o el ladrillo sin recubrimientos, lo que procuraba una estética esencial sin ornamentos, expresando la emergencia de la mera construcción, y donde, en todo caso, los méritos visuales se concedían desde la fuerza volumétrica que ofrecían los arcos, las bóvedas o las prismáticas torres de los campanarios y no al pulimento de las terminaciones, habiéndose asumido vocacionalmente la imagen de austeridad y pobreza enunciada por San Benito de Murcia como un mérito y no como una resignación.
La última escala de la evolución medieval, la Catedral Gótica, con algo más de sofisticación y grandilocuencia que sus antecesores inmediatos, insistió, al menos en los exteriores, con una estética ruda, visualmente pétrea y con un expresionismo estructural que fue la consecuencia literal del magnificente sistema de sostén que no intentaba disimular su potencia -o no podía- por ser la consecuencia lineal del esfuerzo por soportar una construcción que era capaz de aceptar una estética surgida de la experimentación y no de un planteo académico basado en la ciencia, con el fin de concretar sus objetivos de crear el espacio de Dios en la tierra, alto, luminoso y sorprendente.
Sucedió que la memoria por las construcciones medievales se recuperaron con la llegada del Romanticismo a fines del siglo XVIII casi al mismo tiempo que surgieron las obras utilitarias de la Revolución Industrial -la arquitectura de las ingenierías- y ambas tipologías rendían culto, sin demasiadas intenciones artísticas, a los sistemas constructivos que las mantenían en pie, no sin mostrar cierto nivel de magnífica hazaña ingenieril.
Sobre el fin del siglo XIX, desde 1880, los «ingenieros de Chicago» con sus primeros rascacielos algo elementales y muy prácticos, la arquitectura neo-goticista modernizada de los Arts & Crafts y por último los Modernismos en Europa occidental, que le confirieron un valor artístico al anteriormente considerado prosaico hierro ahora asociado con el nuevo vidrio plano, confluyeron con la conformación en las vanguardias de una ideología en favor de la estética tecnológica que, como anticipamos, sería paradigmática para ese ideal arquitectónico que cuando llegó, y hasta el presente, nunca se fue.
La Estética de la Tecnología fue creciendo en respeto e incentivó la vocación de las vanguardias y sus herederos en su disfrute, y se convirtió en prueba de capacidad artística de quienes la empleaban como lenguaje en sus obras, pues, como se dijo, para saber expresar lo constructivo hay que saber diseñar lo constructivo, y ello en arquitectura para la Modernidad, es equivalente a saber diseñar un transatlántico para que flote o un avión para que vuele. El lenguaje industrial vernacular de las fábricas muestra hasta casi ingenuamente la morfología con la que responde a las necesidades del refugio, es decir la provisión de la cobertura de la función sin más búsquedas ajenas a este simple propósito, y expone un lenguaje expresivo que surge de responder linealmente a una alta exigencia estructural, casi siempre una necesidad obligada para construir un espacio por lo general de grandes dimensiones. Estas características de la obra industrial, que naturalmente construyen el lenguaje fabril, fueron y son excelsos deleites para los arquitectos modernos, aún cuando, muchas veces, no resulten del agrado del gran público, aunque en las últimas décadas se hayan ganado un lugar hasta en el diseño de la vivienda unifamiliar de categoría.